jueves, 30 de octubre de 2008

La Reina habla

Pues menudo lío se ha armado con las declaraciones de la Reina Sofía a una periodista, tan modosita ella (la periodista, y también la Reina). De entrada, lo que se debería discutir es si los miembros de la familia real pueden o no expresar en público sus opiniones personales. Que las tienen, claro, como todos, y se supone que deberían ser más fundadas por su formación intelectual, que también se supone. Sorprende a muchos que enlacen con las de los sectores conservadores de nuestra sociedad (esperemos que lo que se ha hecho público no sea una polarización de la periodista transmisora). Pero a nadie debería extrañar que un miembro de una familia cristiana practicante tenga estas opiniones, es coherente. Otra cosa es que, teniendo en cuenta el cargo que ostentan sea prudente que muestre en público esas opiniones, muy respetables, aunque uno, y más gente en nuestra sociedad, no las comparta. La verdad, si los miembros de la familia real no van a votar para mantener una especie de neutralidad política, no sé por qué se ha dejado la Reina hacer esas declaraciones.

domingo, 12 de octubre de 2008

¡Tierra, trágame!

Eso es lo que decían los personajes de las historietas de los tebeos como Jaimito o el propio TBO cuando metían la pata. Eso es lo que habrá pensado Mariano Rajoy cuando se dió cuenta de que el maldito micrófono no estaba apagado. Y es que no caben excusas del tipo "donde dije coñazo quise decir cañonazo", como indicaba una viñeta en "Público", porque se oyó claro aunque no alto. Menudo alboroto se ha organizado en medios de la oposición a la oposición. Tampoco hay para tanto: hace muchos años ya dijo Georges Brassens aquello de "cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, porque la música militar nunca me supo levantar" (en versión de Paco Ibañez) y hasta en tiempos del extinto dictador lo podíamos oír por estos pagos. Claro que, un año antes de publicar su "Mauvaise reputation", Brassens no había grabado un anuncio llamando a la ciudadanía a homenajear a la patria en tan señalada fecha, en pose de jefe de Estado, como lo hizo el jefe de la oposición (y así nos lo han recordado abundantemente los medios próximos a la oposición a la oposición) hace un año y tres días. En tal situación, al autor de la metedura de pata solo le quedaban dos posibilidades: meterse efectivamente bajo tierra y esperar a que escampara (en aspecto figurado, pero también real, que la que cayó en Madrid la noche antes del evento aludido fue buena) o, hacer de tripas corazón (¿y eso cómo se hace?, que diría Millás) y capear el temporal, insisto, en sentidos real y figurado. Rajoy fue valiente e hizo lo último (realmente, no tenía otra salida: no es Brassens). Y allá se fue, a ver el desfile con cara de circunstancias y mirada en el cielo, aunque no pasaran muchos aviones. Tuvo suerte, porque el comité de recepción habitual desde que gobierna Zapatero es de reacciones lentas y practicó lo programado: algún abucheo a la Ministra del ramo, a la que no perdonan que no tenga pelo en el pecho, y fuerte abucheo al Presidente del Gobierno. Le queda todavía el calvario paradójico de la burla de los propios, de su oposición en la oposición (los copes, mundos y demás), ya que los comentarios de la oposición a la oposición han sido benévolos (aun entre pedorretas mal contenidas por la mano en la boca), e incluso la Ministra del ramo, caballerosamente, le ha tendido un capote. En cualquier caso, y buscando siempre el lado bueno, Rajoy posiblemente haya aportado un eufemismo nuevo al diccionario del castellano moderno: cuando un niño o un adulto nos dé mucho la lata, podremos decirle: “¡deja ya de darme el desfile!"